Babbitt by Sinclair Lewis

Babbitt by Sinclair Lewis

autor:Sinclair Lewis [Lewis, Sinclair]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1922-01-01T05:00:00+00:00


3

Mr. Lucas Prout y el Honrado Negocio derrotaron a Mr. Séneca Doane y a la Clase Trabajadora. Zenith se salvó otra vez. A Babbitt le ofrecieron varias credenciales de menor importancia para que las distribuyera entre los parientes necesitados, pero él prefirió que le dieran por bajo cuerda algunos informes acerca de la pavimentación de carreteras, y una administración agradecida se los facilitó inmediatamente. Además, él fue uno de los diecinueve únicos oradores en la comida con que la Cámara de Comercio celebró el triunfo de la rectitud.

Establecida su reputación de orador, pronunció el discurso anual en el banquete de la Junta de Bienes Raíces de Zenith. El Advocate Times publicó de este discurso una reseña de inusitada longitud:

Uno de los banquetes más animados que se han dado recientemente ha sido el de la Junta de Bienes Raíces, celebrado anoche en el Salón Veneciano de la O’Hearn House. El anfitrión Gil O’Hearn había echado el resto como de costumbre, y los allí reunidos se regalaron con una procesión de platos que sólo se ven, si acaso, en los festines de Nueva York, y regaron la opípara comida con la bebida que inspira y no embriaga, con la sidra de la finca de Chandler Mott, presidente de la junta, que estuvo tan ingenioso y tan activo como siempre.

Como Mr. Mott tenía la garganta algo irritada, G. F. Babbitt habló en su lugar. Además de bosquejar a grandes rasgos el progreso de los títulos Torrens, Mr. Babbitt dijo, entre otras cosas, lo siguiente [28]:

»Al levantarme para dirigir la palabra a ustedes, con mi improvisación cuidadosamente guardada en el bolsillo del chaleco, recuerdo el cuento de los irlandeses, Mike y Pat, que viajaban en un coche cama. Los dos eran, olvidaba decirlo, marineros de la Armada. Según parece, a Mike le tocó la litera de abajo y, de cuando en cuando, oía en la de arriba un formidable crujido, y cuando preguntó qué pasaba, Pat contestó: “¿Cómo demonios quieres que duerma? ¡He estado tratando de meterme en la condenada hamaca desde que sonó la campana y no quepo!”. Quería acostarse en la rejilla para las maletas.

»Ahora bien, señores: en presencia de ustedes, yo me siento poco más o menos como Pat, y quizá después de haber perorado un poco me sienta tan pequeño que pueda acostarme en una rejilla sin ningún trabajo.

»Señores, me complace que cada año, en esta fiesta anual donde amigo y enemigo, soltando el hacha de combate, dejan que las olas del compañerismo les mezan sobre las floridas playas de la amistad, me complace, digo, que nos reunamos aquí, ciudadanos de la mejor ciudad del mundo, a considerar en qué situación nos encontramos respecto de nosotros mismos y del público bienestar.

»En verdad que a pesar de nuestros 361 000, en realidad 362 000 habitantes, hay, según el último censo, una veintena de ciudades más grandes en los Estados Unidos. Pero, señores, si en el próximo censo no nos plantamos por lo menos en el décimo lugar, entonces yo seré el primero en pedir a cualquier detractor que me dé de palos.



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